Por Saray Moreno.

En los inicios de los 2000 existió en Ibagué un bar llamado Nuclear que nació de la necesidad de tener en la ciudad un espacio para el disfrute e intercambio de sonidos como el thrash, death y heavy metal. Nuclear se encontraba ubicado en la carrera quinta entre catorce y quince y fue el precursor de muchos de los bares que actualmente conforman el circuito de rock del centro de la ciudad.

Los 2000 coincidieron con una etapa en donde la música dejó de compartirse en casetes para multiplicarse a través de CDS, los cuales ingresaron a la ciudad gracias a personas que, en ese momento, tenían la posibilidad de moverse a otros países o ciudades, entre ellos los dueños de los bares. Esta dinámica derivó en un fenómeno común en otros lugares del país: la formación de círculos que intercambiaban música, quemaban discos prestados y los replicaban en un efecto dominó.  

Además de la proliferación de discos copiados, en Ibagué surgieron eventos en bares locales, donde algunas de las bandas emergentes promocionaban sus proyectos. Esto fue posible gracias a las alianzas formadas entre melómanos, quienes no solo compartían música sino también contactos. A la par, nacieron los llamados tours, que llevaban aficionados desde Ibagué a otras ciudades para disfrutar de las bandas que se presentaban en vivo. Fue en Pereira donde algunos de estos promotores conocieron a la alineación original de Akash. Impactados por la fusión de hard rock y heavy metal de la banda, se embarcaron en la misión de conseguir sus CDs y conectarse con los miembros del grupo. Fue así como Akash, y en particular su sencillo Una Sonrisa al Atardecer, empezó a sonar en distintos bares de Ibagué.

2:00 pm. Arranca la primera banda: Silex. Se abren las puertas del parque El Centenario, y por las escaleras de esta estructura histórica comienzan a descender los primeros espectadores. Es el tercer día del Ibagué Ciudad Rock y desde la apertura de su cartel el público está ansioso. Pero no con una ansiedad que te paraliza, sino que te empuja, que te lleva al choque, a cualquier choque. Entre los asistentes hay adolescentes vestidos con camisetas de Iron Maiden, de Gojira, de Kraken. Cabellos pintados de verdes, azules, rosas, y un negro más negro que la noche. Hace calor, pero no tanto. Hacía más calor hace tres semanas cuando, en el sur del Tolima, los animales caían calcinados ante un incendio inclemente. Ibagué es así, a veces te mata de sequía y otras veces de lluvia, pero siempre te mata de algo. Ibagué como amante es una mantis religiosa.

Se baja Silex, sube Postmortem. Desde la pantalla en tarima, cientos de cráneos proyectan figuras que, a la distancia, parecen zetas atormentadas. Es una fosa común de entre las miles que han marcado a este país de historia infame. Cuando Wisdom aparece en escena, el ambiente cambia y la gente se concentra, atenta.  Me detengo frente a la tarima, observo desde distintos ángulos y pienso que el metal también es un arte de apreciación visual. Y es que el metal en vivo es tanto una experiencia auditiva como una que captura la mirada. Es la estética del que, para escuchar, mira.

Maskhera sale al escenario y ocurre algo sensacional: el vocalista mira al público, levanta las manos, las empuña y mueve la cabeza en un gesto retador. Los asistentes forman un círculo abierto. Empuñan las manos. Un silencio tenso lo envuelve todo. Se miran con furia contenida y entonces, un riff de guitarra estalla y la multitud se lanza en una frenética danza de puños, empujones y patadas.

Miro el reloj, son las 6 y 20. La noche comienza a abrirse paso. Frontline está en escena. Qué grupo tan vacano. Cuatro pelados que no superan los 25 años vestidos como espantapájaros. Son los Wicker Man de la escena local, una referencia viva de esa estética cruda y misteriosa que inquieta y atrae. Luego llega Exégesis, y la reacción del público ante esta banda de cristianos que hace metal es instantánea: manos alzadas formando cuernos. La paradoja está en el aire, pero el metal no discrimina.

Como si el tiempo no pasara para ellos, todas las voces del público se unen para aclamar el nombre de esta banda cuyabra formada en 1992, bajo la directriz de Jairo Alberto Moreno y otros músicos que buscaban desarrollar un sonido auténtico y contundente.  El nombre «Akash» evoca raíces gnósticas, representando tanto el origen del bien como del mal. En aquellos años, cuando la música digital aún no se había masificado en Colombia, escuchar nuevas bandas dependía no solo del dinero, sino también de los lazos que se creaban en los parches de melómanos que veían en la música estridente un apéndice de lo que rugía en sus adentros de jóvenes periféricos. Podía ser que no te cayera bien el tipo o la chica que traía los discos, pero eso no importaba: te unías al grupo en parques, toques, casas o bares, porque esa era la única manera de descubrir lo que estaba sonando. Era la camaradería del metal y del rock, una comunidad en donde la música se compartía replicaba y vivía colectivamente.

El camino que llevó a Una Sonrisa al Atardecer a convertirse en un himno generacional es digno de un análisis profundo. Por ahora, lo cierto es que en Ibagué, no importa si naciste en los 80s o hace un par de décadas; si el rock corre por tus venas, te sabes esta canción. Es que el tema de Akash existe sin término de vencimiento pues es una de esas piezas que no envejecen, que atraviesan generaciones y que se clavan en el alma de cualquiera que haya vivido el furor y el ruido de esta ciudad rockera.

Por eso, cuando las primeras letras de esta canción resuenan en el escenario del ICR, el corazón del público se ablanda. Con una mano en el aire y otra al pecho, todos cantan al unísono este himno que une generaciones. Una sonrisa al atardecer ha sido el refugio de muchas tusas ibaguereñas; ¿quién no ha llorado o dedicado este tema? ¿quién no supo que, al sonar esta canción en los bares, era indicio de que el lugar iba a cerrar y la fiesta debía continuar en las calles? Aun así, cuando el emblemático tema suena en este festival, la multitud no cede a la nostalgia del cierre, sino que, aunados a la voz del vocalista, hacen sentir en las cuadras aledañas al parque que el sufrimiento, más allá de ser una cuestión circunstancial, es un trauma generacional.

En el álbum prensado, la canción dura 3´5”, pero en escena, al menos como se pudo demostrar en este festival, perdurará en la memoria de todos los asistentes.

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Fabio Lione sale a escena. El parque El Centenario está lleno. Aforo total. El cantante, de origen italiano, presenta alguna de las canciones más importantes de los grupos en los que ha participado: Labyrinth, Vision Divine, Athena, Rhapsody of Fire. Pero, además, le regala al público algunas de las canciones que, al igual que la de Akash, han marcado a generaciones de ibaguereños. La noche se ha puesto fresca. El festival finaliza y lo hijos de Akash se vuelcan a las calles para encontrarse de nuevo en la misma esquina, queriendo morir.

octubre 15, 2024