Del 5 al 26 de agosto de 2023, se realiza en Honda, Tolima, el Primer Salón Internacional del Arte del Agua. Radio Universidad del Tolima acompaña esta maravillosa experiencia artística y se las cuenta con la voz y letra de Simón González.
En el malecón estaba Salomón y su mamá, Camila, ambos de San José del Guaviare. Él llegó para ver su obra expuesta en el salón, una selva de la que cuelgan monos, guacamayas, tucanes, árboles frondosos, una tortuga y una cascada refrescante. Esta pintura es una invención de este artista, un niño de apenas siete años incluido en una convocatoria pensada para adultos. Junto a Salomón hay catorce o quince niños y niñas del colegio Castillo del Rey. Se mueven por todo lado mientras juegan al «juego del calamar» y pintan el río Magdalena, plasman puentes y hasta un atardecer que se extraña a las 10 de la mañana. Solo se les escapa la lancha de techo azul y un criollito, un perro más amarillo que negro que nada feliz en la orilla. El calor parece no importarle a los artistas, por el contrario, los recarga como si tuvieran paneles con ellos. Aquí se realiza una jornada que conecta más personas, en varias partes del planeta hay inquietos por el arte pintando sus experiencias y sus deseos de preservar el agua. Era otro día en el Salón Internacional de Arte del Agua en Honda, Tolima.
Las calles de Honda en sí mismas son una pintura. Carreteras empedradas, letreros antiguos de barberías, fábricas de sellos de caucho y otras dependencias; balcones amaderados de los que en cualquier momento pudiera asomarse alguien con vestidos coloridos o traje. Árboles que se mecen suave con el paso del viento que trae el río. El Magdalena de fondo con embarcaciones y pescadores, callejones estrechos en los que pueden pasar carruajes con caballos a prisa. Subir hacia el salón… cuesta, para quienes no estén familiarizados con el calor puede llegar a ser sofocante, pero tolerable en cuanto a la experiencia, se suben dos o tres calles empinadas y se llega a un lugar que más parece una iglesia con jardín en el costado derecho. Adentro nos chocamos con lo sagrado, con el Tepuy de Hugo Zapata, una obra hecha en piedra de color negro que como su inscrito dice, es de esta manera en la que la tierra sube y le roba el agua al cielo. Él fue el invitado especial que abrió las puertas al arte.
Nuestro anfitrión, guía y tallerista, todo en uno, era Alejandro Espinosa. Un hombre delgado, con barba y cabellera canosa. Él es un artista bogotano que con otros amigos lograron materializar esta idea crítica del agua y con su pasión nos lleva por las obras detallando las anécdotas de realizar un evento que parece desbordarse. Doce mil votos de los cuales la mitad se dieron en las últimas siete horas antes del cierre de la convocatoria; tres millones de visitas a su página web en tres días y críticas de fraude, hicieron parte de la conversación que afloraba en el recorrido.
Antes de empezar con la entrevista se reunieron en el segundo piso todos los niños y niñas al rededor de la obra de Salomón Ruiz Daza. Allí, para sorpresa de él y su mamá, le entregaron una mención de honor y una caja mágica que traía toda clase de elementos para motivar su gusto, lápices de colores, marcadores, lápices, grafitos y hasta un cuaderno de dibujo que minutos después ya tendría una especie de robot hecho por el artista.
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La tarde y su magia
Una guitarra de fondo interpretando Perfidia, el ventilador de techo agitándose y la mezca de olores a carne de res y pescado nos llevan a almorzar en un lugar que fácilmente pudiera estar en la costa caribe. Pero ocurrió algo que parece salido de alguna comedia, «no hubo almuerzo en el almorzadero» al salir Alejandro dijo que más adelante nos contaba qué había pasado, pero mientras debíamos acelerar el paso y salir de ahí. Luego de dos cuadras buscando otro restaurante nos contó:
— Hermano, el dueño me llama y me dice que no había nada de comer porque lo dejó la mujer y no quería hacer nada, ni los recibos pagó y estaba que vendía ese negocio.
Finalmente la comida se resolvió en otro lugar donde llegó un imitador de Leo Dan con su parlante y micrófono a cantar «cómo poder saber si te amo».
En total son 21 días del 5 al 26 de agosto de 2023, en el que el arte promueve el cuidado del agua. Desde la casa social que mantiene su arquitectura colonial con puertas de madera y techos de más de tres metros de alto en su interior se encuentran obras colombianas, peruanas, venezolanas y hasta mexicanas, cada una en diferentes formatos: óleo, mixto, fotomontajes, performance. Existen expresiones elaboradas en vidrio, cartón, arena, cerámica y hasta metal.
Desde la entrada es un juego de sensaciones térmicas al entrar en un recinto al menos 5 grados más frío que el exterior. A la derecha se ubica la obra del maestro Zapata que está basada en piedras cóncavas que ayudan a mirar el cielo con el espejo de agua, con el que pueblos indígenas hacían sus mediciones de la siembra. A la izquierda pinturas con oleajes, una mujer que en sandalias parece que pescara su comida en un río aparentemente negro. A un lado una batea de oro sobre el que flota un cuerpo de mujer cercenado hecho en cerámica que hace una crítica atroz de la violencia en Colombia.
En un descuido pasa por encima de nosotros una ballena metálica, una que ante la falta de agua aprendió a volar. Abajo en tierra firme, pero a la derecha, está una salpicadura detenida en el tiempo, hecha en vidrio y que se ubica al lado de un recibo de acueducto que lleva por título el agua es cara, en un juego de palabras entre el valor y escasa. A la izquierda hay arena de río con cerámicas de formas humanas, a su lado hay una máquina dispensadora que no entrega dulces, entrega una gota de agua por $500 pesos a una suculenta sedienta. No se queda por fuera la perla del salón: un estanque no mayor a un metro en el que nadan dos manatíes, una mamá y su bebé hechos en barro. Hay una pintura que además de ser la ganadora de un premio elegida por el salón, es la ganadora de una crítica mayor por plagio, son dos manos pintadas en un lienzo que sostienen en el aire una burbuja de agua. Nos contaba Alejandro que es la representación de una fotografía, mas no es una copia como se decía en votaciones.
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Al subir las escaleras aparecen obras mixtas. Nos subimos a un barquito hecho en periódico desde el que se ve a lo lejos unos pescadores de tinta que nadan en ríos de papel, a su lado está la cascada de la que llegó Salomón, una que nació en San José y que desembocó en Honda.
— Salomón lleva toda su vida pintando, yo creo que de los 7 años que ya tiene, 6 lleva pintando y lo hemos apoyado. Camila Daza, mamá de Salomón.
En el segundo piso pasábamos del agua plasmada en un cartón al agua contaminada con mercurio, una pintura detallada, casi una fotografía de un niño que sostiene en sus dos manos un líquido más cercano al metal que al agua, frente a esta pintura están en vasos transparentes 4 recetas, unas para hidratarse y otras para pasar un mal momento en el baño y hasta en el médico. Es una crítica al manejo del recurso hídrico en Santander.
Este no es el fin de la navegación, tampoco del agua ni del arte que en Honda son uno mismo, quedan más días para visitar esta ciudad que además de despejarnos los pulmones con su temperatura, nos despeja la mente y permite que reconozcamos el valor del agua dulce y lo que representa. La invitación queda abierta para que con un helado en mano conozcan Honda, el arte y sus maravillas.
Vea el recorrido en video del Salón Internacional de Arte de Agua aquí.
Por: Simón González.