Por Saray Moreno.
Arriba mío un cielo sin estrellas. Abajo, las luces del escenario, la gente. Son las siete de la noche y en el Complejo Cultural El Panóptico se abre paso la IV edición del Ibagué Festival, esta vez con la Gran Llanura como eje articulador de las músicas que somos.
El escenario está dispuesto de una forma que invita a la contemplación: filas simétricas de sillas blancas cuidadosamente organizadas. Por entre la muchedumbre de cabezas se asoman algunos sombreros llaneros, blancos, negros y beige. El mismo sombrero que llegó a nosotros a través de la colonización española y que fuera adaptado en la región de los llanos colombo venezolanos, como herramienta para protegerse del sol intenso y la inclemencia del tiempo durante las largas jornadas de agricultura y ganadería, para después convertirse en elemento esencial de la vestimenta tradicional de los llaneros.
El telón invisible se abre y de un costado de la tarima aparece una presentadora. Morena y preciosa como las cimarronas libertarias, Nanny de los Maroons. Su vocalización es perfecta y fluida como la danza o la geografía de los ríos serpenteantes. Nos invita a ponernos de pie y desde la gran pantalla dispuesta al fondo de la tarima resuenan los sonidos del Bunde Tolimense.
Pero no es cualquier bunde el que resuena —o al menos la versión que todos conocemos— sino aquel que ha sido traído al festival por la Fundación Salvi. En este esfuerzo, participaron distinguidas instituciones de nuestra región, como el coro de la Universidad del Tolima y la Gran Coral, entre otras. Veo niños y niñas con la mano puesta al pecho entonando las estrofas de nuestro himno regional, y en esta imagen la esperanza del legado identitario y cultural del Tolima.
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Después de ello, algunos representantes y organizadores del evento hacen su participación. Julia Salvi —fundadora y presidente de la Fundación Salvi— irrumpe en tarima acompañada de Alejandro Mantilla, director artístico del Ibagué Festival.
Entre los dos, declaman al público algunas palabras relacionadas con el potencial del Festival como escenario para la consagración de nuestros paisajes sonoros. La audiencia, que cada vez está más a la espera de las galas —de las promesas que la noche insinúa—, asiente con un silencio respetuoso y de escucha. Es por ello que cuando Julia Salvi finaliza su presentación diciendo “Tolima tierra querida, gracias”, el escenario se llena de ovaciones.
La tarima oscurece. Al lado derecho, cuatro sillas y una mesa de madera. El espacio que se dibuja con la luz es tenue, íntimo y emocionante. Como los tablaos flamencos o las Cuevas de Sacromonte en Granada. Un rasgueo prologando y caído como tirado al suelo es seguido por otro más corto y fuerte y a este le siguen voces y palmas: algunas sordas, otras abiertas, otras cerradas y otras a tiempo y contratiempo de la voz quejosa y dolorida tan característica del Cante Jond.
Dos hombres irrumpen en tarima vestidos con pantalones negros ajustados a la cintura y abiertos en campana al suelo. En la parte superior, una camisa blanca y sobre ella un chaleco rojo abierto en V al cuello. La sincronización es perfecta. Se miran y su imagen es la de dos gallos incitándose al combate. Pero cuando abren las manos y las elevan al cielo —a veces unidas como en ruego, otras como en reclamo a algún dios invisible— ya no son aves sus formas, sino flores abriéndose, conchas marinas, llamados sonoros y mudras.
Con los pies acarician al suelo en un zapateo acentuado y profundo y de la oscuridad del paisaje dispuesto en tarima aparece una mujer: iluminada por una luz blanca, las manos como quien bendice, los tacones rojos y rojo el vestido. ¿Es una flor? La voz del cantante se ensancha y la boca se le abre entristecida. Ahora mueve también los pies y golpea en punta al suelo. Levanta las piernas y gira sobre sí misma. Los hombres la miran, como cortejándola. Imposible. Las voces le suplican. Pero ella los ignora con un gesto odioso y coqueto.
Otra mujer ingresa también, un vestido blanco con volantes amplísimos y abundantes. La imagen que proyectan es poderosa y diciente: la juventud y la experiencia. El inicio y el final.
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“La danza no está en el paso, sino entre lo que hay entre paso y paso”
Antonio Gades
La Compañía Antonio Gades fue fundada en 1981 por el propio Antonio Gades, quien fue uno de los bailarines y coreógrafos más influyentes del siglo XX en el ámbito del flamenco y la danza española. Gades nació en Elda, España, en 1936, y a lo largo de su carrera se destacó por su estilo único y su compromiso con la autenticidad y la tradición del flamenco.
Ícono de la danza flamenca, y de la danza a nivel mundial, la genialidad de Gades tiene sus raíces en la danza clásica y la dramaturgia y poesía del escritor español Federico García Lorca, de quien realizó una adaptación coreográfica de la obra “Bodas de Sangre”. Entre las características más notables de dicha obra se encuentran la fusión del flamenco y el teatro, una expresión emocional intensa transmitida por los movimientos, gestos y expresiones faciales de los bailarines, además de una atmósfera envolvente combinada por los ritmos de la guitarra flamenca, el cante y un vestuario tradicional, los cuales reflejan la estética más popular del flamenco y la cultura española.
La adaptación de Antonio Gades de «Bodas de Sangre» ha dejado un impacto duradero en el mundo del flamenco y el teatro. La coreografía sigue siendo interpretada por compañías de danza de todo el mundo y es una obra emblemática en el repertorio de la danza flamenca.
Además de su carrera como director, coreógrafo y bailarín, Gades trabajó en varias películas que contribuyeron a difundir el flamenco a nivel internacional. Colaboró con el director Carlos Saura en películas como «Carmen,» (1983) «El Amor Brujo» (1986) y «Bodas de Sangre,» (1981) donde la danza flamenca se fusiona con la narrativa cinematográfica de una manera innovadora.
De igual forma, Gades ha sido ha sido objeto de varias películas y documentales que han explorado su vida y su contribución al mundo del arte, como «Antonio Gades: En Busca del Flamenco» (2008), dirigido por José Sánchez-Montes, así como también Antonio Gades: El Maestro» (2016), a cargo de Delfín Orea.
Actualmente, la compañía Antonio Gades se encuentra a cargo de la bailarina y directora artística Stella Arauzo, además de contar con un elenco de bailarinas, bailarines, cantaores y guitarristas entre los cuales destacan personajes como Ana del Rey, Enrique Bermúdez “Piculabe”, Aser Giménez, Basilio García, Alberto Fuentes y Alberto Palanques y Zaida Domínguez en la coordinación técnica y sonido y luces, respectivamente.
Cuando Ana del Rey despliega su vestido blanco de volantes redondos y abiertos la guitarra flamenca pasa de un tono festivo a una entonación más romántica. Abre un abanico rojo que parece una extensión más de su mano, de su corporeidad elegante y tenida en sí como la rama que, aún empujada por el viento, no se rompe. Las luces rosadas y blancas se cierran sobre ella y la bata de cola de su vestido de nieve se arrastra por sobre el escenario. Lo toma en la punta de los dedos y lo levanta, dejando ver sus piernas de cisne. El abanico desaparece y re aparece. Y cuando lo hace a la flor roja de su cabeza parecen nacerle hijos: rosas, tulipanes y amapolas. La oscuridad se cierra sobre ellos. La Suite Gades se despide y el público puesto en pie los despide en aplausos que parecen extender con su ritmo el viaje transoceánico de la apertura de esta primera noche del Ibagué Festival.