Por: Saray Moreno.
Orlando “El Cholo” Valderrama canta con los ojos cerrados mientras con una de sus manos dibuja un horizonte de sabanas y llanuras que se levantan por encima de las montañas del pie de monte ibaguereño. Y es que, aunque nació en Sogamoso, Boyacá, en el año de 1951, El Cholo es sin duda una de las figuras más representativas del folclore y la música tradicional de los Llanos Orientales.
La historia de su nacimiento es el reflejo de la historia de nuestro país durante aquel periodo aciago denominado La Violencia. Según él mismo cuenta en varias entrevistas y reportajes relacionados con su vida, la finca de los Valderrama Aguilar, fue concebida por las guerrillas liberales como un sitio estratégico para montar un centro de operaciones de paso, a mando del entonces comandante guerrillero Guadalupe Salcedo Unda. Por lo que su familia tendría que desplazarse, como muchas otras, a lugares cercanos en donde no pudieran ser alcanzados de forma tan directa por los estragos de la violencia. Sobre esta figura icónica se escribiría la canción llanera denominada “La toma de Páez” a cargo del canta autor santandereano Arnulfo Briceño.
A la edad de cuatro años, El Cholo retornaría a la que sería la inspiración de muchas de sus canciones: San Luis de Palenque, Casanare, cerca del Río Pauto. Así crecería entre joropos, pasajes y vals llaneros, en medio de una cultura caracterizada por las labores campesinas, los paisajes de la sabana, las historias míticas relacionadas con la existencia de La Sayona y los Tuy y por supuesto, el ganado y los caballos. “Caballo” es el nombre de la producción musical con la que el coplero ganaría en el año 2008 el reconocimiento al Mejor Álbum de Folclore por los Premios Latin Grammy.
Sube a tarima vestido con un pantalón azul de corte sencillo. Una correa de cuero negra, una camisa blanca remangada a mitad de brazo y en la que se puede notar la figura de un caballo bordada en hilo —también blanco— en el bolsillo izquierdo. Sobre su cabeza, el sombrero llanero color beige. Se bendice y señala al cielo pensando en su llanura “Si tú no estás mi llanura para qué sirve mi existencia”.
Lo acompañan cuatro músicos con sus respectivos instrumentos: un bajo, un cuatro, un arpa, unas maracas y una bandola del Casanare. Mientras canta, sus manos juegan a tocar lo que pareciera ser un cuatro invisible, o tal vez un arpa, o solamente erguidas en alto señalando el horizonte. Para él, el Panóptico es una extensión más del llano. “Tengo la vida empeñada en defender mi folclor”, mano al pecho, “Que llanero no es un mito, es una forma de ser”. Se acomoda nuevamente el sombrero. Palmea a un ritmo de ¾ y el público palmea también. “Viejo sombrero tú naciste campesino, de la tierra eres reflejo de mi llanura”.
En medio del show, pega un grito de cabrestero “¡Los llaneros somos la Colombia olvidada pero que jamás olvidamos que somos Colombia!” Sí, la misma Colombia del zar de las esmeraldas, Víctor Carranza Niño. Sí, la misma Colombia de la Masacre de Mapiripán (1997), la operación jaque (2008), las autodefensas de Tripas, la ley de la selva, los mega proyectos petroleros y la sísmica que en conjunto con la sequía —o tal vez como consecuencia del extractivismo— ocasionaron en el año 2014 la muerte de más de veinte mil animales entre los que se encontraban ganado, venados y cerdos salvajes, caimanes y galapas. Y que inundaron las redes de indignación y quejumbre para luego ser olvidados como una trágica experiencia más de esa Colombia profunda —como El Pacífico, La Guajira, El Cauca, La Amazonía y en general gran parte de la ruralidad colombiana— llamada los llanos orientales. Compositor y coplero de corazón campesino, pero más que cantor campesino, cuando El Cholo habla de su boca no salen palabras sino rimas. Rimas de la tierra pisada al tenor de un caballo, de los pitidos del toro y palma en el horizonte, de los criollos enguayabados silbando pasajes tristes, del arpa y del cuatro y de las coplas de un cantor que demostró en su presentación de la primera noche del Ibagué Festival, que el llano es una tierra que se resiste al olvido y que “el que es llanero no llora, ni se calla, ni se humilla”.